Voto Pragmático. Guía Razonada.

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¿Puede la gente cambiar el sistema de reglas por el que se rige la política? ¿Hasta que punto los partidos representan las inquietudes de los ciudadanos? ¿Cómo cambiarían nuestras decisiones sobre el voto si pensásemos en el voto como dinero? ¿"Compraríamos" eso que los partidos nos intentan "vender"? ¿Cómo actuarían los partidos al respecto? Este artículo intenta dar respuesta a estas preguntas a la vez que explica el concepto de "Voto Pragmático" y una sencilla forma de llevarlo a la práctica.

En 1980 Douglas R. Hofstadter recibió el Premio Pulitzer por su excepcional obra "Gödel, Escher, Bach: Un eterno y grácil bucle". Entre otras cosas este libro explica que una de las diferencias entre la mente humana y las computadoras es nuestra capacidad para "salir del bucle", es decir, mientras la computadora sigue ciegamente su programa paso a paso en base a un sistema fijo de reglas, parece que nosotros los humanos tenemos la capacidad de dejar de repetir siempre la misma rutina cuando el problema parece que no tiene solución, abordando las cosas desde una perspectiva distinta para encontrar nuevas soluciones. Efectivamente muchas actividades humanas se basan en sistemas de reglas. Ejemplos típicos son los juegos de mesa o los deportes. Tal y como nos decía Hofstadter en los sistemas de reglas se pueden adoptar dos perspectivas: la perspectiva "desde dentro”, que se basa en aplicar las reglas estrictamente y que es más mecánica y propia de los ordenadores, y la perspectiva "desde fuera”, que sería un rasgo más humano y más difícilmente accesible para los sistemas mecánicos.

Una forma de entender esto es imaginar que participamos en uno de esos juegos basados en reglas, por ejemplo, un partido de fútbol. Como sabemos el terreno de juego está bien delimitado, y todo lo que se haga en el campo debe ser acorde a las reglas del fútbol (el reglamento). Si no lo hacemos nos arriesgamos a una penalización. Cuando vivimos la experiencia "desde dentro", aunque solo sea como espectadores, la vivencia nos abstraerá en gran medida de la realidad en su conjunto, de forma que nuestra atención se centrará casi exclusivamente en el juego, y probablemente participaremos de la experiencia de forma intensa y apasionada.

Sin embargo también podemos "saltar fuera” del sistema de reglas, salir del bucle. En ese caso podremos ver que, después de todo, cualquier cosa de las que ocurran en el terreno de juego no dará lugar a nada más que no sea un partido de fútbol, con sus goles, faltas, expulsiones, fueras de juego... pero un partido de fútbol a fin de cuentas. Precisamente porque todo lo que ocurre allí estará basado en las reglas del fútbol, lo que pase no será más que otro partido al fin y al cabo. Quizá se anuncie como "el partido del siglo", pero desde fuera sabremos que no será más que "otro de esos partidos del siglo". Si se aplicasen las reglas del tenis aquello sería tenis, pero como se aplican las del fútbol, aquello es fútbol; es decir, el sistema de reglas determina el resultado de lo que allí sucede. Puede que alguna temporada llegue un nuevo entrenador proclamando que todo cambiará, y que renovará por completo la manera de jugar al fútbol. Si lo vives desde dentro puede que efectivamente veas matices y formas distintas de afrontar el juego. Pero visto desde fuera la verdad es que, si las reglas no cambian, todo lo que ocurra no dejará de ser, de nuevo, nada más que fútbol. Ni más ni menos.

Hay quien intenta hacer una analogía entre esto de los juegos basados en reglas y la actividad política. La política también es al fin y al cabo un sistema basado en reglas: el conjunto de nuestras leyes (la Constitución y todas las leyes que se derivan de ella). Los que usan esta analogía suelen decir que al fin y al cabo, si lo miras desde fuera, da un poco igual lo que votes, porque al igual que con el fútbol (u otros juegos basados en reglas) el resultado de todo aquello no puede ser otra cosa que no sea la política tal y como ya la conocemos, porque esta se deriva de la aplicación de las reglas que lo regulan todo: cómo y cuándo votar, cómo funcionan los partidos políticos, las formas de representación, la separación de poderes, cómo se manejan los fondos públicos... y todo lo demás. Te dirán que, como en el fútbol, es posible que de vez en cuando llegue un “entrenador” o un “equipo” nuevo diciendo que todo cambiará, pero que al igual que con el fútbol, si lo miras "desde fuera", podrás ver que todo da más o menos igual, porque aunque unas veces ganen los de un color y otras los de otro, el resultado de todo aquello no será más que el mismo "juego de la política" de siempre, con el mismo lenguaje, las mismas zancadillas, la misma corrupción, las mismas luchas de poder... lo mismo de siempre en definitiva. Este razonamiento es desmotivador, y efectivamente hace que se quiten las ganas de votar.

Sin embargo la cosa no es tan simple como se describe en esa analogía. Una gran diferencia entre el fútbol (u otros juegos basados en reglas) y el "juego de la política" es que en este último la función de "los jugadores" es precisamente cambiar el sistema de reglas. Es decir, se trata de un juego peculiar en el que, a la vez que se juega, se pueden ir cambiando las reglas del juego. Algo de locos, ¿no? Al contrario que en el caso anterior esta visión anima a la participación de la gente porque, después de todo, sí parece que resulta posible cambiar el sistema de reglas: si votamos a tal o cual partido que dice que va a cambiar tal o cual regla (ley) podemos conseguir que se produzcan cambios en la dirección que nos interesa. Efectivamente, por ejemplo, vemos como hace años no había derecho al divorcio y ahora lo hay; el aborto no estaba regulado, y ahora sí; hace años había servicio militar obligatorio, y ahora no; antes se pagaba con pesetas y ahora con euros; hace años no había leyes de género y ahora sí; antes se podía fumar en los hospitales y ahora no... y así con tantas cosas. Es cierto que se generan cambios en el sistema de reglas. Cada cual los podrá valorar mejor o peor según su criterio particular, pero efectivamente parece que el sistema se puede cambiar en cierto grado en función de los votos. Es esperanzador. Las cosas se pueden mejorar, y nuestro voto puede influir sobre ello ¡Viva la democracia!

Sin embargo, a pesar de esto, no parece que la gente esté muy satisfecha. A pesar de los cambios producidos, visto desde fuera, muchos siguen teniendo la sensación de que legislatura tras legislatura la política sigue siendo más o menos el mismo juego de siempre, con el mismo lenguaje de siempre, las mismas zancadillas, la corrupción, los insultos, el oportunismo, la demagogia, las luchas de poder, más corrupción... y que a pesar de esa posibilidad de cambiar las reglas, muchas de las cosas que nos gustaría cambiar no cambian, o que muchas veces solo se cambian aquellas reglas que benefician a determinados grupos. De hecho, muchas veces parecería que más que jugadores cambiando reglas, son las reglas las que cambian a los jugadores... y nos desilusionamos, y una y otra vez vuelve el desencanto y la desconfianza de la gente con la política y los políticos. De hecho ya tenemos un nombre específico con el que nos referimos a esto habitualmente: lo llamamos "desafección". Y no solo es un nombre. Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del pasado mes de junio, la política es considerada el segundo problema nacional (solo por detrás del desempleo) y marca un récord el porcentaje de quienes la citan como una de sus principales preocupaciones [[1]1].

Pero si tenemos un sistema en el que los políticos pueden ir cambiando las reglas en función de las inquietudes de la gente... ¿cuál es el problema? ¿por qué ese descontento? Y lo que nos interesa aquí desde un punto de vista práctico: ¿cuál es la mejor manera de proceder para intentar mejorar esto...? ¿a quién votamos...? ¿y si no votamos...?

Desde mi punto de vista una de las causas principales de esa desafección que mencionábamos es el problema de la representación. Los políticos suelen decir que son nuestros representantes, pero ¿de verdad lo son...? En general, tener un representante significa tener a alguien que hable en nuestro nombre y defienda nuestros intereses cuando, por alguna causa, no podamos hacerlo nosotros mismos. Esto se da por ejemplo cuando contratamos a un abogado para que hable por nosotros en un juicio, para que nos represente, tal y como efectivamente se suele decir. La representación es en gran medida una cuestión de confianza. Confiamos en que esa persona que hemos elegido efectivamente defienda nuestros intereses. En el caso de la política la representación se hace necesaria por razones prácticas, ya que en general no sería posible mantener una conversación sobre cualquier asunto en la que participasen todos los ciudadanos de forma individual (a no ser que fuese en un ámbito geográfico extremadamente pequeño). Sería una jaula de grillos (muchos grillos) y sería muy difícil tomar decisiones prácticas. Por eso se constituyen “cámaras de representación” de escala más reducida en las que la conversación y la toma de decisiones sea posible (por ejemplo, los parlamentos). Se supone que, de una u otra forma, la gente en esos parlamentos representa al conjunto de la sociedad. En España (y en otros países) los partidos políticos juegan un papel fundamental en ese mecanismo de representación. Elegimos partidos, y luego esos partidos tienen derecho a sentar un número mayor o menor de "representantes" en el parlamento en función de los votos obtenidos. Pero como vemos, es una forma de representación más bien indirecta, porque no elegimos a una persona como representante, sino a una entidad (el partido), que ha elaborado previamente una lista con las personas que considera más adecuadas. La representación está así basada en las listas que elaboran los partidos. En otros países, sin embargo, la representación es "uninominal", y allí los ciudadanos sí pueden votar a una persona en concreto, y si es elegida, representará a los ciudadanos de lo que llaman un "distrito electoral" (un barrio, una provincia, un estado...). Ejemplos de esto son EEUU, Reino Unido o Francia entre otros.

Sin embargo en este artículo no queremos ir por ahí... es decir, no entraremos en valorar si es mejor el sistema uninominal o el nuestro de listas de partidos... tenemos los mimbres que tenemos, y lo que nos interesa ahora, desde un punto de vista práctico, es saber cuál es la manera más razonable de proceder en las votaciones para conseguir cambios efectivos. Así, volviendo al tema de la representación, intentaré explicar aquí porqué es un problema tal y como está planteado en nuestro país (y en otros también). Lo explicaré con un ejemplo, contando lo que le sucedió a un conocido justo antes de las pasadas votaciones. Le llamaremos Inocencio. No entraré en muchos detalles; simplemente comentaré que Inocencio no consigue que le reconozcan determinadas prestaciones sociales, a las que según él, debería tener derecho. Para Inocencio esto es algo muy importante, porque le afecta de forma muy directa en su vida cotidiana. Pues bien, durante la pasada campaña electoral a Inocencio no se le ocurrió otra cosa que escribir un mensaje a todos los partidos describiéndoles su problema y preguntándoles cuál era la posición del partido al respecto, y además, si estarían dispuestos a apoyar una iniciativa legislativa para ayudarle con su problema. Efectivamente: Inocencio entró en la web de todos los partidos y les escribió el mismo mensaje a todos ellos, pero según parece, los partidos debían estar muy ocupados con la campaña electoral de aquellas fechas, porque Inocencio solo recibió respuesta de uno de ellos, y además, era una respuesta de esas de corta y pega, diciendo que le agradecían que se hubiese puesto en contacto con ellos y que bla-bla-bla. Es decir, nada en concreto. ¿Representan los partidos a Inocencio? Puede que representen a otros, pero a Inocencio no. Para Inocencio su problema es algo muy importante y necesita una solución, pero sin embargo no recibió ninguna respuesta de los partidos.

Es decir, parece que por un lado tenemos a los partidos, que efectivamente tienen el poder de cambiar las reglas del juego; pero por otro lado tenemos que no siempre nos representan, y aunque pueden cambiar las cosas, generalmente lo hacen a su propio arbitrio. Ojo, no digo que los partidos "no nos representan" (como se gritaba en las plazas no hace mucho), sino que "no siempre" nos representan. Tal y como están las cosas, más bien parece que el que nos representen depende básicamente de la suerte. Es decir, si alguien en algún partido tiene el mismo problema que Inocencio, o aun sin tenerlo, si en ese partido consideran que las cosas deberían cambiar tal y como querría Inocencio, entonces Inocencio estará representado por ese partido (al menos en lo que respecta a la solución de ese problema concreto); sin embargo, esa representación no será más que por puro azar, porque la realidad es que no hay un mecanismo definido que permita que los partidos recojan las inquietudes de los ciudadanos, para luego, si son elegidos, legislar en función de eso. Parece más bien que los partidos van por un lado y los ciudadanos por otro, y que algunas veces se alinean los planetas y legislan según las inquietudes de la gente, pero otras no (probablemente la mayoría, según parece desprenderse del barómetro del CIS).

En este punto de la argumentación siempre suele haber alguien que dice eso de "pues monta tu propio partido". Y efectivamente, eso sería una posible solución para que nuestras inquietudes pudiesen llegar a ser tenidas en cuenta. Sin embargo, todos sabemos que "montar un partido" es algo que requiere grandes recursos materiales y de tiempo. Si dispones de esos recursos, pues adelante... pero lo que nos interesa en este artículo es qué podemos hacer la gente común que no tenemos esos recursos. Efectivamente, es probable que los partidos que conocemos hoy estén ahí porque en algún momento hubo alguien que quería cambiar las cosas según su propio criterio, y que sí tuvo los recursos y el tiempo necesarios para organizar su propio partido. Precisamente por eso debemos ser conscientes de que esos partidos representan en realidad los objetivos de otros, y que solo por casualidad, en algún momento, quizá coincidan con nuestros propios objetivos.

Entonces, si la representación solo sucede por azar... si no podemos constituir nuestro propio partido... ¿Qué podemos hacer los votantes ante esto?

Desde mi punto de vista, para ayudar a tomar decisiones prácticas, más que como representantes de determinadas ideologías, deberíamos considerar a los partidos como si fuesen empresas. De hecho, si nos fijamos, los partidos se parecen mucho a las empresas, con sus directivos, sus empleados, sus sedes, sus logotipos, sus códigos de conducta, su contabilidad, sus campañas publicitarias... y al igual que las empresas, los partidos también "venden" algo: la posibilidad de cambiar las reglas del juego y hacer realidad nuestras aspiraciones políticas, y también cosas más tangibles, como la posibilidad de realizar ciertas obras públicas o habilitar ciertos servicios sociales. Pues bien, como los partidos se asemejan bastante a empresas, una buena forma de entender el voto desde un punto de vista práctico es considerarlo como si fuese dinero. Tal cual. Esto debería ser una regla básica del votante pragmático: "el voto es dinero". Deberíamos imaginar que el sobre que depositamos en la urna tiene dentro un billete de 100 euros (por ejemplo) en lugar de esa papeleta electoral con nombres de desconocidos, y que con esos 100 euros, si votas, estas pagando al partido que hayas elegido para que haga realidad tus aspiraciones particulares. Creo que esto ayuda mucho a clarificar las cosas, porque quien paga manda, y porque si piensas en el voto como dinero, por supuesto quieres que ese dinero "rinda" lo mejor posible. Es decir, al igual que cuando haces la compra semanal quieres que tu dinero te de más por menos, también elegirás al partido cuyo programa electoral se parezca más a tu lista personal de objetivos. También, al igual que cuando compras, te enfadarás con ese partido al que "has pagado" y luego no te ha dado "el servicio prometido", o si el "producto" que te ha vendido estaba en malas condiciones. Recuerda: cuando votas, compras.

Puede que en otro tiempo fuese distinto, algo más idealista... pero tal y como están las cosas hoy en día creo que puede resultar muy útil pensar en el voto de esta forma. Algunos dicen que no hay mejor democracia que la del dinero (las empresas que triunfan son las que más billetes -votos- reciben); pues bien, juguemos a eso nosotros también. Al igual que compramos más y somos más fieles con quien nos vende un producto mejor, votemos también a quien represente mejor nuestros intereses personales. De esta forma, al igual que ocurre en el mercado de bienes y servicios, fomentaremos también la sana rivalidad entre partidos, de forma que competirán entre ellos para representarnos mejor y conseguir así nuestro dinero (nuestro voto). El partido que no cumpla recibirá menos votos, pero aquél que mejor represente las aspiraciones de la mayoría crecerá.

Si pensamos así, la toma de decisiones respecto al voto se clarifica bastante, ya que se puede asimilar a un ejercicio de "compra racional". La compra racional es el comportamiento que nos lleva a pagar por un producto o servicio a través de la reflexión y la planificación. Es lo que se hace normalmente cuando se compra algo de gran valor (un coche, una casa...). Es lo contrario a la "compra impulsiva", es decir, aquella que se hace sin pensar demasiado (lo cual ocurre normalmente bajo la influencia de la publicidad u otras estrategias de márquetin).

En nuestro caso, este proceso de "compra racional" aplicado al voto es lo que llamamos "voto pragmático", y consiste básicamente en la aplicación de cuatro pasos; son los siguientes:

PASO 1. Definición de objetivos personales.

Aunque el mecanismo de "representación" que tenemos en España se basa en la selección de partidos, de momento nos olvidaremos de ellos. Lo importante en este primer paso es saber cuáles son nuestros intereses personales. Se trata de hacer nuestro propio "programa electoral personalizado". Sin embargo, no te asustes, no se trata de hacer nada complicado; es más, incluso es probable que no tengas que hacer nada, porque quizá ya tengas muy claro cuáles son tus objetivos y prioridades, pero en resumen, se trata de tener una lista de las cosas más importantes que te gustaría que cambiasen en la próxima legislatura. Parece fácil, ¿no? Sin embargo tiene su complicación. Es importante que se cumplan dos condiciones:

  • Que esos objetivos sean cosas fácilmente verificables, es decir, cosas que podamos ver si efectivamente se han cumplido una vez consumida la legislatura. Esto quiere decir que no valen esas frases típicas que a veces utilizan los políticos y que luego no está del todo claro que significan en la práctica. Esta es la guía del votante "pragmático". Para ser más concreto, no valen frases del tipo "haremos una política progresista" (o "liberal", o "conservadora", o cualquier otro calificativo demasiado general) ¿Qué significa eso en concreto para mí? Tienen que ser cosas muy bien definidas, que luego podamos ver si efectivamente se han cumplido. Por ejemplo, que se regule (o no) la eutanasia, la cuestión monarquía/república, que se dediquen más (o menos) fondos a la protección de la naturaleza, que se construya (o no) una nueva línea de tren o autopista, que se prohiban (o no) las corridas de toros, si se debería regular por ley el cumplimiento de los programas electorales, que se permita (o no) la gestación subrogada, si los políticos deben nombrar a los miembros de determinados órganos judiciales, que se facilite o dificulte la inmigración, que se favorezca (o no) la independencia de una región, que se cree o elimine tal o cual impuesto, que se regule (o no) el precio de los alquileres, que se implemente (o no) un sistema de representación uninominal... en fin, solo tú sabes cuales son esas cosas que realmente te importan, y sobre las que crees que se debería legislar. No obstante, sobra decir que es importante definir bien el objetivo en función del ámbito de las votaciones: cosas como el asfaltado de la calle o la ampliación del colegio las trataremos en las votaciones locales, pero otras cosas que afecten a nivel más general (p. ej., la inversión en defensa) se tratarán en las elecciones a nivel nacional.
  • La segunda condición es que esa lista de cosas de verdad represente TUS propios intereses. Aunque esto parece sencillo en realidad no lo es, porque en los medios de comunicación siempre nos están recordando cuales son "las cosas que importan": que si el presidente de tal o cual partido ahora es Fulano, que si el diputado del partido tal ha dicho una burrada, que si Mengano ha visitado un colegio u hospital durante su campaña, que si a Zutano le han encontrado nosecuantos millones en Suiza, que si un alcalde ha enchufado a un familiar en el ayuntamiento, que si tal candidato ha hecho una gracia o chascarrillo... ya sabes, todas esas cosas de políticos que nos ponen en las noticias, que no digo que no sean importantes, pero que quizá no son TUS problemas. Puede que algunas de esas cosas te importen y te afecten personalmente, pero muchas de ellas serán las cosas que importan a otros, y son esos otros los que deberán votar por ellas; pero tú, como votante pragmático, deberás votar por lo que te importa a TI en primera persona. En resumen, el voto debe ser “egoísta”. El interés general se construye con el interés particular de cada uno. Si hay muchos más como ellos, ellos ganarán; si hay muchos más como tú, vosotros ganaréis. De eso va la Democracia.

La cosa no es tan complicada si la ponemos al trasluz de la idea que comentábamos arriba: si "el voto es dinero" este primer paso no es más que pensar en qué quieres gastar esos 100 euros que llevas en el sobre. Obviamente no los gastarás en las cosas que les interesan a otros; los gastarás según tu propio interés, y si lo haces de forma racional, lo harás pensando bien e intentarás que otros no interfieran demasiado en tu decisión.

PASO 2: Búsqueda de coincidencias.

Ahora sí se trata de empezar a incluir a los partidos en el juego. Ellos son "los vendedores", así que se trata de ver si esa lista personal tuya se parece a alguno de los programas electorales que han elaborado los partidos.

Lo importante con esto es que debe hacerse de forma fría y desapasionada. Esto es difícil porque en general tendemos a votar más con el corazón que con la cabeza. Decimos que "nos gusta" tal candidato o que "somos" de tal o cual partido de forma similar a cuando decimos que "somos" de tal o cual equipo de fútbol. Nos dejamos influir fácilmente por razones históricas, familiares, amistades… sin embargo, piénsalo fríamente: si lo que TÚ quieres es que se construya un determinado aparcamiento, colegio, hospital... ¿qué más da que eso lo promueva un partido u otro? Debes considerar que, si tú tienes ese objetivo en tu lista, y hay algún partido que lo ha incluido en su programa electoral, realmente has tenido mucha suerte, ya que efectivamente hay algún partido que te representa (al menos en ese aspecto), lo cual no siempre sucede tal y como hemos visto con el caso de Inocencio. Si esa aspiración llega a hacerse finalmente realidad es como si te hubiese tocado la lotería, independientemente de que la haga posible un partido u otro.

Es decir, da igual el partido al que se vota si ese voto sirve para que tus aspiraciones puedan hacerse realidad. Eres un votante pragmático, y el partido que mejor te representa es aquél que se está comprometiendo a llevar a cabo TUS aspiraciones. Por supuesto esto significa que, al contrario de lo que suele hacerse, no siempre se votaría al mismo partido. En cada caso votaremos a aquél que consideremos que defienda mejor nuestros intereses. Puede que en las elecciones autonómicas votes a un partido y en las generales a otro. El votante pragmático no vota partidos, vota objetivos concretos, independientemente de que esos objetivos los represente un partido u otro. Algunas personas votan de forma casi automática a un mismo partido para todo; son esas personas que suelen decir que ellos “son” de ese partido. Aquí consideramos que eso es un error, y que no tiene porqué haber ningún compromiso de fidelidad para con los partidos. Nosotros somos fieles a nuestros objetivos, independientemente del partido que los incorpore en sus listas.

Hay quien dice que es reticente a hacer esto por el tema de la ideología, ya sabes: la derecha, la izquierda, el centro... pero piénsalo bien ¿qué representan "en la práctica" esos conceptos abstractos durante la próxima legislatura? Y sobre todo, ¿qué representan específicamente para TI?

La experiencia nos enseña que hemos llegado a un punto en que quizá debemos preguntarnos si eso de las ideologías no son más que una estrategia de los partidos para atraer votos de una manera fiel y poco razonada, es decir, sin que cada cual piense por sí mismo y reflexione sobre cuáles son sus intereses particulares (recordemos aquí lo de la "compra impulsiva"). Se apoyan en nuestro instinto gregario: si "eres" de derechas tienes que votar a unos; si "eres" de izquierdas tienes que votar a otros. Pero si te fijas, cuando ha habido gobiernos "de derechas", muchos de sus votantes luego estaban decepcionados y se quejaban de que se hacían políticas demasiado socialdemócratas (y de que había demasiada corrupción); de forma similar, cuando ha habido gobiernos "de izquierdas", también sus votantes se quejaban de que hacían políticas demasiado liberales (y sí, de que había demasiada corrupción también). Entonces ¿qué es eso de la ideología en nuestros días...? Lo que proponemos aquí es precisamente dejar atrás ese "voto ideológico" para pasar a esta nueva forma de "voto pragmático", más razonado, más inteligente, en el que el voto efectivamente signifique algo muy concreto para cada persona. Probablemente, en algunas ocasiones, la mayoría de los votos coincidirán con lo que tradicionalmente se ha llamado "política de izquierdas"; otras veces la mayoría coincidirá con lo que generalmente se identifica con "política de derechas". Pero eso es la Democracia. Unas veces ganarán unos y otras otros, y eso es algo que todos debemos respetar. Se trata de dar prioridad al interés general, más allá incluso de las ideologías. Es perfectamente razonable que una misma persona a veces vote cosas que se identifican con la izquierda, y otras veces vote cosas que se identifican con la derecha; los intereses y la forma de ver las cosas en cada circunstancia de la vida pueden cambiar. Es algo humano y natural. Por lo tanto, de igual forma, es razonable que una sociedad en su conjunto unas veces demande políticas de un tipo y otras veces de otro.

Desde el punto de vista práctico, un problema con este paso de búsqueda de coincidencias es que a veces los programas de los partidos suelen ser verdaderos mamotretos llenos de palabrería y duros de leer, de manera que buscar coincidencias en ellos podría ser un trabajo arduo y difícil. La realidad es que el hecho de que se elaboren los programas de esa forma es ya un indicio para desconfiar. Los partidos deberían mostrar la información en sus programas de manera muy clara y sencilla, de forma que fuese fácilmente comprensible para todos, incluso para aquellos que no tengan un elevado nivel cultural; es decir, casi como en los folletos de ofertas de un supermercado. Pero de momento las cosas no son así, por lo que si no te sientes con ánimo para leer y buscar en esos documentos siempre puedes intentar contactar con los partidos directamente (mediante el teléfono, un correo electrónico…); como hemos visto con el caso de Inocencio, la respuesta que te den también será un buen indicativo de hasta qué punto puedes confiar en ellos como tus representantes. Para finalizar respecto a esto de la búsqueda de coincidencias, la cosa también se simplifica mucho desde la óptica del voto como dinero: básicamente se trata de buscar el comercio en que nos vamos a gastar nuestros 100 euros, y que la fidelidad a la marca es algo secundario; lo importante es que la marca que seleccionemos efectivamente ofrezca aquello que buscamos.

Entonces, en este segundo paso, tras comparar nuestra lista de objetivos con los programas electorales de los partidos, se pueden dar básicamente dos situaciones:

  • Que (¡albricias!) encontremos algún o algunos partidos que efectivamente hayan incluido algún o algunos de nuestros objetivos en sus listas.
  • Que no encontremos en los programas de los partidos ninguna coincidencia con nuestras aspiraciones.

En los siguientes tercer y cuarto pasos veremos como proceder en cada uno de estos casos.

PASO 3. Filtrado de coincidencias.

Parece que hemos tenido suerte: resulta que alguno (o algunos) de los partidos que se presentan a las votaciones ha incluido en su programa alguna de las cosas que yo había incluido en mi lista (¡o incluso todas!). Sin embargo, como "compradores racionales" tenemos que ser prudentes y pensarlo bien antes de entregarles nuestro "dinero". Este tercer paso consiste en que aunque podamos "considerar" votarles, eso no significa que efectivamente debamos hacerlo. Es necesario hacer un proceso de filtrado. La razón es sencilla: todos hemos visto que muchos programas electorales no viven mucho más allá de lo que duran las elecciones. Nuestra experiencia nos dice que debemos ser desconfiados porque las promesas no siempre se cumplen.

Volviendo a la analogía del dinero, si alguien te vendió algo que luego resultó estar defectuoso, lo razonable es que no vuelvas a comprarle. Confiaste en esa persona o empresa, le diste los 100 euros, y luego resulta que lo que compraste estaba en mal estado. Pues bien, con los partidos igual: si prometieron algo que luego no se cumplió no se les vuelve a votar. Es cierto que quizá sea demasiado drástico no volver a votar "nunca más" a un partido. Quizá podemos considerar darles una nueva oportunidad si los dirigentes ya son otros y ha pasado mucho tiempo desde que nos decepcionaron, así que propondría algo así como un "periodo de latencia" de unas cuantas legislaturas. Es decir: si un partido nos engaña no se le vuelve a votar hasta pasadas 3 ó 4 legislaturas, o al menos, hasta que se renueve de forma considerable la estructura y la forma de funcionar de ese partido. Lo que está claro es que de alguna forma clara y contundente tenemos que penalizar al partido que nos ha traicionado, y la manera más eficaz es precisamente negándoles nuestro voto, al menos durante un periodo de tiempo razonable. Este primer filtro serviría para restar poder a esos partidos que no cumplen sus promesas.

Sin embargo, hay otro filtro que también debemos considerar: si junto con nuestro objetivo personal (p. ej., "aumentar las becas para la universidad") aparecen otros objetivos que vemos claramente que podrían ser perniciosos (p. ej. "invadir Polonia"), entonces también descartaremos a ese partido. Obviamente el ejemplo es intencionadamente exagerado, pero se trata de que no nos engañen con la zanahoria mientras nos ocultan el palo. Personalmente propongo descartar todos aquellos partidos que lleven en sus programas cosas evidentemente perniciosas (por ejemplo, aquellas que vayan contra los Derechos Humanos), aunque en sus listas aparezcan atractivos señuelos que nos hagan considerar votarles. Efectivamente, esta forma de atraer votos es una de las técnicas de lo que llamamos "populismo". El votante pragmático debe estar bien alerta ante esto porque, si los partidos se dan cuenta de cuales son los deseos y objetivos de la mayoría, los intentarán utilizar incluyendo esas cosas en sus programas, pero junto con otras cosas que no son honestas o que van en contra del interés general. Otra estrategia similar que pueden utilizar los partidos populistas es enseñarnos solo lo de las becas y ocultarnos lo de Polonia; es por esto importante que también se penalice a los partidos que hacen cosas que no estaban declaradas en su programa electoral, con la excusa de que como han obtenido la mayoría, tienen legitimidad para hacer todo aquello que consideren oportuno. El programa es un contrato; si no se cumple, tanto por defecto como por exceso, debe haber penalización.

Volviendo al símil del dinero, este tercer paso básicamente equivale a no comprar en aquellos comercios con los que antes hayamos tenido alguna mala experiencia (porque nos engañaron vendiéndonos algo que no se correspondía con lo ofertado), y por otra parte, que desconfiemos de las gangas (los populismos), ya que todos sabemos que, por mucho que digan, nadie vende duros a peseta.

Así, tras este proceso de filtrado, de nuevo pueden ocurrir dos cosas:

  • Que efectivamente alguno de los partidos que habíamos seleccionado en el Paso 2 haya pasado el corte, por lo que ¡albricias!, ya tenemos partido al que votar. La suerte nos acompaña y estamos representados, así que votemos y veamos si cumple con nuestras expectativas. Obviamente, si hubiese más de un partido que tuviese nuestros objetivos en sus listas, votaremos a aquél que mejor nos represente, es decir, aquél con el que encontremos más coincidencias.
  • Que finalmente, tras el proceso de filtrado, no encontremos ningún partido en el que confiar. Es decir, después de todo, nos encontramos de nuevo sin un partido al que votar ¿Que hacemos entonces? Aquí es dónde viene el paso 4.

PASO 4. Saltar fuera del bucle.

A este paso solo llegaremos cuando, o bien no hayamos encontrado ningún partido en el Paso 2, o aun habiéndolo encontrado, no hayamos superado el filtro del Paso 3. Pero, ¿qué significa esto de "saltar fuera del bucle"...?

Aquí volvemos a la referencia al libro de Hofstadter que mencionábamos al principio del artículo. Como recordaremos, eso de "saltar fuera del bucle" hace referencia a una de esas características distintivas de la mente humana en contraposición a los ordenadores electrónicos, es decir, la capacidad de tratar los problemas desde una perspectiva diferente cuando parece que no tienen solución, en lugar de seguir ciegamente un programa rígidamente definido.

Pero ¿qué significa esto en el ámbito de los votos? Imaginemos la situación volviendo a nuestro ejemplo del voto como dinero: si salimos con los 100 euros en el bolsillo pensando en comprar tal o cual cosa, pero tras visitar una tienda tras otra no encontramos nada de lo que buscábamos ¿qué hacemos? Pues no compramos. Mejor el dinero en el bolsillo que gastarlo en algo que realmente no se necesita. Mejor esperar una nueva oportunidad. Así, salirse del bucle significa sencillamente no votar a ninguno de los partidos que se presentan. La cosa es así de sencilla: si no venden lo que busco, pues no tengo porqué comprar nada.

Evidentemente esto es solo una simplificación, pero conviene recordar que la compra de bienes o servicios, más allá de la pura transacción comercial, es también una forma de transmitir información. Si en el desayuno pedimos porras en lugar de churros, le estamos diciendo al dueño del bar que es lo que nos gusta más, y al día siguiente hará más porras o churros en función de la demanda. Si no vende porras ni churros, y a nosotros es eso lo que nos gusta para el desayuno, pasaremos de largo y buscaremos otro bar. De igual forma, si no votamos a ningún partido también les transmitimos una información muy relevante: que sus programas no nos representan (como le pasaba a Inocencio), es decir, que eso que llevan en sus programas electorales quizá es importante para otros, pero no para nosotros. De esta forma, si muchos no votan y los partidos realmente quieren atraer el voto de la gente, entonces tendrán que cambiar sus programas para adaptarlos mejor a las aspiraciones de los ciudadanos. Si no lo hiciesen sería evidente que, en realidad, no buscan representar a la gente, sino que simplemente son entidades al servicio de otros intereses, y que utilizan el voto de los ciudadanos solo para legitimar sus propias decisiones.

En España esto de no votar a ninguno de los partidos que se presentan puede hacerse de diferentes formas. La más directa es simplemente no votar, es decir, abstenerse; pero hay otras dos opciones: el "voto nulo" y el "voto en blanco". Según nuestro Régimen Electoral, el voto nulo es aquél "emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, así como el emitido en papeleta sin sobre o en sobre que contenga más de una papeleta de distinta candidatura". Por otra parte "se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos". Es decir, dejando el sobre vacío (para el Congreso) o sin marcar (para el Senado) podemos hacer un voto en blanco. El voto nulo se puede hacer de muchas formas; por ejemplo, poniendo en el sobre cualquier papel que no sea una papeleta oficial o poniendo dos o más papeletas oficiales pero de candidaturas diferentes (pero cuidado, porque según esta ley, si pones dos papeletas oficiales de la misma candidatura el voto es válido; también, al contrario de lo que muchos creen, si pones un papel en blanco el voto es nulo, y no en blanco, por muy blanco que sea el papel). Personalmente creo que la mejor manera de dar este salto fuera del bucle es la abstención. Creo que se transmite el mismo mensaje (no se elige ninguna de las opciones que se presentan) y es más cómodo, ya que simplemente no hay que hacer nada. Además, la abstención ya suele ser de por sí un porcentaje elevado (suele rondar entre el 25 y el 30%), lo cual favorece nuestros intereses.

Es cierto que esto de la abstención no le gusta a mucha gente por distintos motivos, y algunos me parecen razonables. Por ejemplo, conozco el caso de alguna persona en una población pequeña que dice que si no va a votar quedaría señalada, ya que en el pueblo se conocen todos, y al final se sabe quienes votan y quienes no. En estos casos (u otros en los que estuviese razonablemente justificado) aconsejo el voto nulo. Personalmente creo que la opción menos adecuada es el voto en blanco, ya que como sabemos, en nuestro país esta opción puede perjudicar a los partidos que no superen el 3% de los votos (no entraremos en detalles sobre esto, pero está bien explicado en [[2]2]); nosotros sin embargo queremos transmitir el mismo mensaje a todos los partidos que se presenten, tanto si superan el 3% como si no: "no me gusta lo que vendes; la próxima vez ofréceme otra cosa"; es decir, no tenemos por qué beneficiar a unos partidos sobre otros (los que superan el 3% frente a los que no lo hacen). Volviendo al símil del dinero es como si les permitiésemos repartirse nuestros 100 euros a aquellos partidos que han obtenido más del 3% de votos, pero no les diésemos nada al resto. Es algo un poco raro, ¿no?

No votar a uno de esos partidos que atraen a tanta gente y que están todo el rato en la tele es una decisión que para muchos puede resultar difícil o incómoda. Es salirse del rebaño, lo cual requiere de cierta autonomía personal. Debido al bombardeo en los medios de comunicación durante las campañas electorales probablemente muchos ni siquiera se plantean que podrían no votar a ningún partido, y piensan que votar es "algo que hay que hacer", como dándolo por hecho. Sin embargo, hay que recordar que votar es un derecho, no una obligación. Votar nulo, en blanco o abstenerse son opciones perfectamente legales disponibles para aquellos que han sido olvidados en los programas electorales, o para los que han sido traicionados por aquellos partidos que no cumplieron sus compromisos. Personalmente creo que los votantes deberíamos considerar la abstención como una opción más, y que su uso debería ser visto no solo como algo respetable, sino también como algo deseable en determinadas condiciones. Los votantes deberíamos hacer percibir a los políticos que la abstención (o el voto nulo) es como una espada de Damocles que puede ser utilizada en cualquier momento por el votante insatisfecho. En realidad, la abstención, el voto nulo o el voto en blanco son la única forma que tenemos los ciudadanos de manifestar nuestro descontento de forma pacifica en unas votaciones, así que deberíamos utilizarla (estamos en nuestro derecho) cuando consideremos necesario corregir la deriva de los partidos. Bien utilizada, la abstención (o el voto nulo) permitirían a los ciudadanos realizar una especie de selección darwiniana sobre los partidos, haciendo que los mejores (los más representativos) permaneciesen, y que los peores (los que peor representan) perdiesen influencia.

Obviamente los partidos que se presentan a las elecciones hacen campaña por el voto, diciendo que hay mucho en juego, y que votar es muy importante. "Vota a quien quieras, pero vota", suelen decir. Pero esa es la visión desde dentro del bucle. La visión de "el partido del siglo". Sin embargo, con la perspectiva desde fuera del bucle tú sabes que esto son solo unas elecciones más, "otro partido del siglo más", y que después de todo tu voto no será tan importante, porque en realidad, no servirá para cambiar las cosas que a TI realmente te importan. Los partidos nos llaman a votar porque nuestros votos les son necesarios para legitimar SUS decisiones. Gracias a nuestros votos ellos pueden decir eso de que nos representan, que lo que hacen es en nuestro nombre y con nuestro beneplácito, y que sus decisiones están legitimadas por la voluntad popular (aunque muchas veces aquello a lo que se refieran no se lo haya solicitado la gente, sino que más bien, esté decidido en base a sus propios criterios e intereses). También, porque los políticos viven de la política. Es su profesión (en muchos casos su única profesión), y nuestros votos les mantienen en sus puestos.

Este Paso 4 puede parecer una proclama a favor de la abstención, o al menos, del voto nulo. Y la verdad es que así es, pero solo si en nuestro proceso de decisión hemos tenido que llegar a este cuarto paso. Sin embargo, y paradójicamente, esto no nos debe llevar a la inacción. No debemos olvidar que salirse del bucle es "otra forma" de afrontar la resolución del problema. Una forma diferente, más creativa y menos mecánica. No deberíamos pensar que no votando (o votando nulo) ya hemos cumplido. Si de verdad nos importan aquellas cosas que en el Paso 1 pusimos en nuestro "programa electoral personal", tendremos que hacer algo. Lo ideal sería poder delegar mediante el voto en algún partido que nos representase, pero si no lo hemos encontrado, tendremos que buscar otras soluciones. Si estamos en una urgencia y hay un tronco atravesado en la carretera obstaculizando el paso no deberíamos conformarnos con esperar a que vengan los servicios de protección civil a retirarlo; quizá podemos organizarnos nosotros mismos para intentar mover el tronco y abrir el paso de nuevo. Por extraño que te parezca, si en tu proceso de decisión del voto llegases a este Paso 4, una de las cosas más razonables que podrías hacer sería afiliarte a un partido político. O incluso a varios. Si es en los partidos dónde se toman las decisiones sobre las cosas que se incluyen en el programa electoral, quizá puedes intentar influir desde dentro para que se incluyan aquellas cosas que realmente te importan. Efectivamente, según nuestra lógica, es perfectamente razonable no votar y estar afiliado a un partido (o varios). Otra posibilidad es colaborar con asociaciones ciudadanas que persigan los mismos objetivos que tú y que puedan influir sobre los partidos desde fuera (p. ej., grupos vecinales, ONG o asociaciones culturales). Otra posibilidad es hacer peticiones en internet, charlar con la gente, o escribir artículos como este para persuadir a otros de que quizá deberíamos afrontar el problema del voto de otra forma. Es decir, este Paso 4 no debe representar en absoluto una actitud pasiva o de abandono, sino todo lo contrario. Piensa que si hemos llegado a este Paso 4 significa que algo va mal, ya que no estamos representados. El Paso 4 debe entenderse como una luz roja de alerta que nos indica que es perentorio hacer algo más allá de votar. Si somos honestos no podemos delegar toda la responsabilidad de lo que pasa en los políticos. Nosotros, la gente, también somos responsables de que las cosas cambien o no. En este sentido es cierto eso que se dice tantas veces de que los ciudadanos tenemos los gobernantes que nos merecemos, porque efectivamente, la Democracia se construye entre todos, y de abajo arriba, no de arriba abajo. No podemos (no debemos) simplemente esperar a votar cada 4 años y confiar en que nos lo den todo hecho.

Entonces, resumiendo, los cuatro pasos para implementar esto del voto pragmático serían los siguientes:

  1. La definición de los objetivos personales. Recuerda que deben ser fácilmente verificables.
  2. Buscar coincidencias en los programas electorales de los partidos.
  3. Filtrado. Descartamos los partidos que no cumplen sus promesas y las gangas (populismos). Si algún partido cumple con nuestras expectativas, votamos.
  4. Si no nos sentimos representados: abstención (o voto nulo) y acción en otros ámbitos.

¿Qué pasaría si la gente comenzase a votar mayoritariamente según estas reglas? Para responder a esto me gustaría que reflexionásemos sobre algo relevante ocurrido en nuestra historia reciente: la abdicación de nuestro anterior Jefe del Estado cuando perdió la confianza de la gente. Fijémonos que es un cargo al que ni siquiera podemos votar (esto es una monarquía después de todo), pero sin embargo, el rey tuvo que abdicar debido al gran daño de imagen que sufrió la Corona por aquellos episodios que todos recordamos: la cacería de Botswana, el caso Nóos, la relación del monarca con la alemana Corinna Larsen...

Es decir, en una Democracia, si efectivamente lo es, manda la gente. El soberano es el pueblo. La gente realmente tiene la capacidad de producir cambios, con el voto si es posible, pero de otras formas también.

Entonces, si la gente comenzase a actuar mayoritariamente según las reglas que hemos descrito aquí, probablemente la abstención y el voto nulo serían muy altos en una fase inicial. Como vemos por el barómetro del CIS el descontento con los políticos es muy grande. Mucha gente está decepcionada, por lo que muchos de los que generalmente votan a los partidos de manera mecánica dejarían de hacerlo. Pero considero que eso sería solo un revulsivo, el amargor de la medicina que cura. Después, los partidos tendrían que reaccionar ante ese bajo nivel de respaldo, ofreciendo a la gente programas más concretos y cercanos a sus aspiraciones, y sobre todo, cumpliéndolos. Como ocurrió con el rey, pienso que no sería sostenible un sistema que no tuviese el respaldo de la gente, es decir, en el que hubiese un elevado nivel de abstención o votos nulos, porque por mucho que se presumiese de ello, en realidad ese sistema no sería lo que muchos entendemos por Democracia.


27.10.2019 - ID I52 DO2481D 4AEE4 3F1 1820A79919 3139 X22