Descripción
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Leticia Padilla (Marsella—Francia—, 1975) ya era delegada de clase en el colegio y lo siguió siendo en la Universidad. Años más tarde, cuando se trasladó a vivir a Barcelona, colaboró con asociaciones y colectivos de barrio, y más tarde aún, cuando fue madre por primera vez, se apuntó a participar en la asociación de padres y madres del colegio de su hija. “Soy inquieta y no lo puedo controlar”, dice. “Una lo lleva dentro, hay que reivindicar y quejarse cuando se ven cosas injustas”. Pero no siempre se queja. También dice que “vivir en Lanzarote es un lujo” y que estar siempre cerca del mar y del sol, “una maravilla”.
Saúl García
[Lunes, 8 de agosto de 2011]
Estudió dos años de Derecho en Francia, pero no era lo suyo, así que se puso a estudiar Marketing y Comercio Internacional. Es nieta de un andaluz que emigró a Francia y habla inglés, francés y español. En Barcelona conoció a su actual marido, con el que vive en La Asomada, y vino a casarse a la Isla. De eso hace ya ocho años. Tuvo un bar en Arrecife, con actuaciones y concurso de rock incluido, y también trabajó en una Notaría, pero se quedó en paro. En esas circunstancias, un día llegó a casa con la compra del supermercado y se dio cuenta de que la factura no hacía justicia a lo que había en la bolsa, así que, armada de un ordenador portátil, una lista de correos electrónicos y mucha incertidumbre, convocó una protesta en el Cabildo viejo contra los precios de la cesta de la compra en Lanzarote. El día de la concentración no tenía ni una mínima idea de lo que se iba a encontrar allí, pero se encontró a 300 personas más con idénticas ganas de protesta, así que la convocatoria se repitió y la segunda vez ya acudieron casi 2.000. Cuando terminó la manifestación, Leticia leyó un manifiesto en el Parque Islas Canarias: “Te sientes libre con un megáfono en la mano”, dice… y comenzó a cogerle el gusto a esto de las protestas.
Pero no todo fue tan sencillo. A ella, que nunca había salido en la prensa, comenzaron a cuestionarle su papel por criticar el oligopolio en la Isla en el sector de la alimentación. “Llegaron a decirme que cobraba un cheque de Spínola”, precisamente en un momento que lo estaba pasando mal porque le estaban embargando la casa y seguía en el paro, aunque por lo menos, la protesta sirvió para que se pusiera el problema en al agenda política “y se halara de la Ley de Comercio”, dice. También sirvió para poner la semilla de una asociación de consumidores, pero no se sintió a gusto con la gente que se sumó a la iniciativa, lo dijo y se fue. Eso sí, ahora reconoce que Aculanza, la asociación que nació de ahí, está haciendo una buena labor.
Dice que quedó “tocada” de esa experiencia y que se dejó “seducir” por el PSOE. Se afilió, entró en la Ejecutiva y presentó un proyecto para hacer un mercado de abastos en Arrecife. Trabajó sin contrato, asegura, y cobró muy poco, y dice que aprendió que “no se puede cambiar nada desde dentro”, porque aunque en los partidos haya diálogo, juventud y participación, “la última palabra siempre la tienen los de arriba” y en Lanzarote, como en el resto del mundo, manda el poder financiero.
La experiencia en el PSOE no duró mucho pero la participación en política no tenía marcha atrás. Comenzó a seguir a un grupo de Facebook que se llamaba ‘Estado del malestar’, de donde acabó surgiendo, al menos en parte, el Movimiento 15-M, y ella acabó formando, junto a otros, la plataforma en Lanzarote, y convocando la manifestación que precedió a otras protestas, a las acampadas y a las asambleas. Reconoce que “en Lanzarote es difícil sacar a la gente a la calle”, pero en esta ocasión ayudó el hecho de que la convocatoria fuera nacional, y la indignación también. En la Isla se siguen haciendo asambleas semanalmente, y propuestas, como la rebaja de sueldos de los políticos, las denuncias contra Inalsa o el germen de una radio que recoja denuncias públicas.
“Hay mucha gente con ganas de denunciar”, dice Leticia, y pide a la gente que no se quede en casa porque las cosas no van bien. Asegura que después de una asamblea le entra “un subidón tremendo” y que se siente “fuerte” y “sin miedo a denunciar. La parte negativa, de nuevo, es que protestar cierra muchas puertas laborales. Perdió el último trabajo por quejarse de un contrato de 20 horas semanales convertido en una jornada de 50.semanales convertido en una jornada de 50.
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